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WES ANDERSON EN SU SUITE

Una vez más Wes Anderson deja claro su talento para dibujar con la aptitud de un niño prodigio un hermoso garabato en su cuaderno de cuadrículas. Sí, es Wes Anderson. Y que nadie le busque los tres pies al gato del garabato, lo importante es que no se ha salido de las líneas… porque les pone especial mimo para regusto de esos cinéfilos edulcorados que miden con regla y compás la alineación de los objetos en la composición de sus planos. Sí, es Wes Anderson. Qué majo.

SINOPSIS: Gustave (Ralph Fiennes) es el complaciente conserje un elegante hotel de retiro, siempre atento con su ancianas huéspedes. Pero por una de ellas siente una especial devoción y ésta, poco antes de morir, cambiará su testamento dejándole en herencia un valioso cuadro, lo cual levantará las iras y los celos de sus codiciosos herederos.

Hay una extraña tendencia a hablar de la última película de ciertos directores metiendo en el mismo saco toda su obra. Es el caso, por ejemplo, de Quentin Tarantino, los hermanos Coen, M. Night Shyamalan o… Wes Anderson. Sí, este portento de la hipervisualización y la hiperestesia ha conseguido construir una mitología que, a poco que se descuide, le sobrepasa. Y es lo que le ocurre con su ‘El gran hotel Budapest’, otra muesca brillante en la solapa pero con la que empieza a denotar cierta dependencia, por ejemplo: el milimétrico detalle por el encuadre, el gusto por el travelling y la música de seguidilla casi sin respiro hasta conformar un curioso vodevil de pianola. Su tendencia, eso sí, por presentar la película casi encuadernada como si se tratase de un libro en cenital le brinda en esta ocasión una valiosa introducción en retroceso (también un poco cogida por lo pelos por ese gusto del “érase una vez”) y un salto de género entre el slasptick chaplinesco y la comedia carcelaria. Si a esto le sumamos una estética premeditadamente hipster (pero, eso sí, justificada para que un sobresaliente elenco de actores mesen y relaman sus barbas y bigotes) la película al final deja una amarga sensación de que tenía muy claro el público al que quería dirigirse. Son cosas de un director que se ha labrado un sello característico tan característico que al final te deja la sensación de que ésta película ya la hemos visto.

¿Que qué es lo que falla? Pues puestos a hablar de las películas de Wes Anderson como si se tratase de una sola e indivisible (cosa que gusta mucho, al parecer), pues vamos a hacerlo: le falta la bravuconería de ‘Academia Rushmore’, la elegancia de ‘Los Tenembaums’, la melancolía de ‘Life Acuatic’, el patetismo de ‘Viaje a Darjeling’, la valentía de ‘Fantástico Mr. Fox’ y la inocencia de ‘Moonrise Kingdom’. El resto, lo que queda… es ‘El Gran hotel Budapest’… y sigue siendo bastante brillante, pero ¿qué quedará para la siguiente?

UC (Manu Cabrera).